Epilogo.
Exactamente dos meses y estoy aquí frente al espejo con un hermoso vestido de novia. Es un vestido con cuello en V y espalda descubierta, con encaje, manga tres cuartos, con bolsillo; es sencillo pero elegante.
No puedo creer que en verdad estoy por casarme con mi jefe; aún recuerdo cuando lo vi entrar en su presentación; jamás imaginé que terminaría aquí con él y más con lo gordo que me caía.
Voy entrando hacia el altar del brazo de mi padre; lo veo, se ve tan guapo, tan varonil. Vuelvo a quedar embobado ante su presencia, mis piernas tiemblan y siento que mi corazón está por salirse de mi pecho; papá creo que lo siente, porque siento que me aprieta con más fuerza en señal de apoyo.
Llegamos por fin hasta el altar; he de decir que ese camino se me hizo eterno, sentía que no llegaba nunca. Mi padre me entrega a él, le da una pequeña amenaza, claro está, y después le abraza.
—Recuerda que es una boda forzada, no puedes embobarte con el novio —me dice mi padre en susurros antes de deja