Le entregó el tarro de helado y luego la cargó en brazos, estilo princesa. Dantes caminó a pasos lentos hacia su aposento, mientras Lirio sentía su corazón querer salirse de su pecho.
Al llegar a la habitación, Dantes la dejó en el suelo para quitarle el tarro de helado de la mano y acariciar su mejilla con una sonrisa.
—Desnúdate para mí —ordenó, sentándose en el sofá desde donde tenía una vista perfecta de ella. Dantes cruzó las piernas y colocó un dedo debajo de su barbilla, esperando. —¿No querías jugar? —cuestionó, mirándola con sus ojos grises ardiendo en deseo.
—Sí —susurró.
—Bien, toma el vestido desde abajo y sácalo por tu cabeza —su orden la puso en automático. Lirio tomó el ruedo del vestido para subirlo y su cabellera se soltó del flojo moño, cayendo como una cascada por sus hombros y espalda—. Eres una obra de arte, mi obra de arte —las palabras salieron de sus labios con un tono ronco y lento. —Dame la braga —extendió su mano en espera de ella. Lirio se las quitó, con