Alina
El viento frío acaricia mi rostro, un soplo helado que parece barrer el calor de lo que acabamos de atravesar. La claridad, ahora devastada, está en silencio, apenas perturbada por el susurro de las hojas muertas. El olor de la sangre aún flota en el aire, pegajoso y acre. Aprieto los puños, sintiendo las cicatrices de la batalla impregnando mis músculos todavía tensos.
Damon está a mi lado, su mirada fija en el horizonte. No dice nada, pero sé que siente la misma pesadez que yo. La amenaza de Magnus, de esa Manada de Plata que se oculta en la sombra, sigue presente, amenazante.
— Debemos irnos —dice al fin, la voz áspera de fatiga y rabia—. Si Magnus regresa, no vendrá solo. Y sabrá que ha fracasado en derribarnos. Volverá más fuerte.
Asiento, a pesar del agotamiento que comienza a sentirse en cada fibra de mi ser. Mi mirada se dirige hacia Caleb, que no ha dejado de escudriñar los alrededores desde nuestra llegada aquí. Parece tan tenso como un arco listo para romperse