Alina
El viento sopla con la frialdad de una hoja. El olor de la sangre y la muerte satura el aire, infiltrándose en mis pulmones como un veneno. Mi corazón late a un ritmo frenético, resonando contra mis costillas mientras avanzo junto a Damon y Elias a través del campo de batalla aún humeante.
A nuestro alrededor, el suelo está cubierto de cuerpos — vampiros, lobos, soldados caídos bajo la furia de esta noche sangrienta. La fortaleza de la Horda de Sangre se alza aún, pero sus muros están agrietados, marcados por el paso de nuestro poder.
Damon camina frente a mí, su espalda ancha y musculosa tensa bajo la presión del combate. Su espada aún está manchada de sangre negra. No ha dicho una palabra desde la desaparición de Sanguis Rex. Su mirada es oscura, su mandíbula apretada.
— Damon… digo suavemente.
Él se detiene bruscamente y se vuelve hacia mí.
— Regresará, dice con voz dura. Solo fue una advertencia.
— Y estaremos listos, replico.
Él sacude la cabeza.
— No es tan simple, Alina.