Damon
El silencio de la noche es casi más ensordecedor que el ruido de la batalla que se aproxima. Bajo mis pies, el suelo está frío, cubierto de hojas muertas y piedras rotas. El aire está saturado del olor de la sangre, el metal y el miedo. Las antorchas alineadas a lo largo de las murallas de la fortaleza de la Horda de Sangre crean un resplandor rojizo, reflejado en los ojos de los vampiros apostados en los muros.
Detrás de mí, el ejército se extiende en filas apretadas, lobos y vampiros alineados en una armonía frágil pero implacable. Elias está a mi derecha, su espada ya desenfundada, la mirada dura y afilada como una hoja. Alina está a mi izquierda, su poder palpitando bajo la superficie de su piel.
— Damon, murmura ella al posarse una mano sobre mi brazo.
Giro la cabeza hacia ella. Sus ojos verdes brillan en la oscuridad, un destello felino y hipnotizador.
— Están listos, dice ella suavemente.
Dejo que mi mirada se deslice sobre la fortaleza frente a nosotros. Las puertas masi