Damon
El amanecer es pálido, una luz fría que se filtra a través de las altas ventanas del santuario. La piedra está helada bajo mis pies descalzos mientras avanzo lentamente en la sala del consejo. Las grandes columnas proyectan sombras alargadas sobre el suelo, y el silencio solo se ve perturbado por el susurro del viento que se cuela a través de las aberturas.
Alina está de pie cerca del trono de piedra, su silueta envuelta en un vestido de un negro profundo. Su cabello cae en cascadas oscuras a lo largo de su espalda, y sus ojos verdes brillan con una intensidad que me quita el aliento.
— Todo está listo, digo al acercarme a ella.
Ella levanta el mentón, su mirada atrapándose en la mía.
— ¿Los vampiros?
— Elias los ha reunido en el patio. Están esperando mis órdenes.
Ella asiente con la cabeza, su rostro cerrado.
— Los lobos también están listos. Seguirán a su Alfa.
Me detengo frente a ella, mis manos rozando su rostro.
— Pero, ¿seguirán a su rey?
Alina esboza una sonrisa fugaz.
—