Alina
El viento gélido sopla sobre las ruinas del santuario, llevando consigo el olor persistente de la ceniza y la sangre. La batalla ha terminado, pero el peso de la victoria pesa mucho sobre mis hombros. Damon está a mi lado, su aliento aún corto, su mirada perdida en el vacío.
Los restos de Lilith han desaparecido, dejando tras de sí solo un rastro de polvo negro que se desvanece con el viento. Las sombras que envolvían la sala se han disipado, pero la atmósfera sigue siendo pesada, saturada de tensión.
— ¿Estás herido? murmuro mientras coloco mi mano sobre el brazo de Damon.
Él sacude la cabeza, pero su rostro está marcado por la fatiga.
— No… pero ¿Elias?
Me doy la vuelta. Elias está apoyado contra una columna de piedra, una mano presionada contra su costado. Sangre negra escapa entre sus dedos. Nos mira con una sonrisa torcida.
— Estoy bien, gruñe.
Damon se acerca a él, su mirada dura.
— Estás sangrando.
Elias hace una mueca.
— Es… un rasguño.
Me acerco,