Alina
El cielo aún está teñido de rojo oscuro cuando llegamos al refugio. El olor a sangre flota en el aire, una mezcla opresiva de hierro y cenizas. Damon camina a mi lado, el brazo izquierdo cubierto de sangre seca, pero no dice nada. Su mandíbula está tensa, su mirada perdida en el vacío.
Me detengo frente a la puerta de madera maciza que marca la entrada del refugio subterráneo. Lucien abre el paso con un gesto rápido, pero su mirada oscura sigue fija en Damon.
— Deberías hacerte ver, dice Lucien.
Damon no responde. Pasa frente a nosotros, la espalda tensa como una cuerda lista para romperse. Lo sigo, el corazón apretado.
Dentro, la luz de las antorchas titila en las paredes de piedra. El refugio está lleno esta noche: miembros de la manada están reunidos, sentados en los bancos de madera a lo largo de la gran sala. Susurros inquietos se elevan cuando entramos. Los rostros están cansados, marcados por el miedo y la tensión.
— Ellos saben, murmura Lucien.
Me vuelvo hacia él.
— ¿Sab