Alina
El dolor pulsa en cada músculo de mi cuerpo. Cada respiración es una lucha, cada latido de mi corazón resuena como un trueno en mis sienes. El frío del suelo de piedra muerde mi piel, pero apenas le presto atención. No es nada comparado con la sangre de Caelan, tibia, viscosa, que se extiende a nuestro alrededor en un charco escarlata. El sabor del hierro flota en el aire, áspero, casi asfixiante.
Damon me sostiene contra él, su respiración entrecortada en mi cuello. Sus brazos son fuertes, como dos pilares a mi alrededor, pero siento el temblor sutil en sus músculos tensos, el esfuerzo que hace para mantenerse en pie, para mantenerse fuerte.
Levanto débilmente la mano, mis dedos rozando su mejilla. Su piel está cubierta de sangre, la suya, la de otros, indistinta, indeleble.
— Damon…
Él gira lentamente la cabeza hacia mí. Su mirada se fija, y en sus ojos, veo ese destello rojo que atestigua de la bestia en él, de esa violencia que tuvo que dejar explotar para proteger