El sol apenas ha salido cuando me despierto, el corazón pesado. La noche ha sido agitada, y a pesar del calor de la cama, el frío se ha infiltrado en mí, dejándome una impresión de vacío. Damon no está aquí. Una vez más.
Paso una mano por mi cabello desordenado y me incorporo lentamente. La manta se desliza sobre mi piel desnuda, y un escalofrío me recorre. Mi cuerpo aún lleva la marca invisible de su presencia: el calor de sus manos sobre mi piel, la presión de su aliento contra mi cuello, el profundo rugido de su lobo resonando en mi pecho.
Me levanto, vistiéndome con un fino albornoz de seda, y me acerco a la ventana. El jardín de la mansión está sumido en una ligera niebla, el sol luchando por atravesar el velo gris. El aire es frío, mordaz.
Mi mirada se posa en Damon, afuera. Con el torso desnudo, en pantalones de combate negros, está entrenando en el patio. Sus músculos se mueven bajo su piel mientras golpea un saco de arena colgado de una viga. Su respiración es regular, pero siento su ira subyacente en cada golpe.
Bajo las escaleras y salgo descalza sobre la hierba húmeda. Damon no se detiene al verme acercar. Simplemente sigue golpeando, su mirada fija en el saco.
— Damon.
No responde.
Me acerco, colocando una mano sobre su brazo. Su piel está ardiendo bajo mis dedos. Se detiene un instante antes de retroceder.
— Entra, Alina.
— No.
Se detiene, su mirada oscura posándose en mí.
— No es una solicitud.
Avanzo un paso, desafiando su mirada sombría.
— ¿Qué te pasa?
— ¿Realmente quieres saber? gruñe.
Se acerca a mí, su cuerpo masivo dominando el mío. Mi respiración se detiene cuando siento la tensión cruda que emana de él.
— Estoy perdiendo el control, Alina. Su voz es áspera, casi dolorosa. Por tu culpa.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho.
— ¿Por qué? susurro.
Desliza una mano detrás de mi nuca, su pulgar trazando una línea lenta a lo largo de mi garganta.
— Porque te quiero.
Un escalofrío me recorre.
— Entonces tómame.
Su mirada se enciende, una luz dorada brillando en sus pupilas.
— No es tan simple.
Me suelta el cuello bruscamente y retrocede, los puños apretados.
— Soy un monstruo, Alina.
— No. Sacudo la cabeza. Puede que seas un alfa, pero no eres un monstruo.
— No sabes nada.
Me da la espalda, su respiración entrecortada.
— Nací en la sangre. En la violencia. Mi padre no era un alfa. Era un tirano. Me moldeó para ser como él. Frío. Despiadado. ¿Y quieres que te tome? Si lo hago... te romperé.
Me acerco y coloco una mano en su espalda tensa.
— No soy tan frágil como crees.
Se vuelve, su mirada salvaje atrapando la mía.
— No. Pero no puedo arriesgarme a perderte.
Deslizo mis manos sobre su pecho, sintiendo la tensión bajo su piel.
— Damon...
Gruñe, su lobo al borde.
— No entiendes. Si cedo... si te marco... no habrá vuelta atrás. Te convertirás en mía. Cuerpo y alma. Y nunca podré dejarte ir.
— Quizás no quiero irme.
Un rugido surge en su garganta. En un segundo, me agarra por la cintura y me empuja contra un árbol.
— No entiendes, Alina. Su mano se desliza por mi cadera, apretando ligeramente. Si te tomo... querré poseerte. Querré que todo el mundo sepa que eres mía. Querré que nadie más te mire.
— Entonces hazlo.
Su mandíbula se tensa.
— No sabes lo que pides.
— Sí.
Me mira, sus ojos dorados brillando con un brillo depredador.
— Me estás provocando, Alina.
Sonrío, mis dedos trazando una línea lenta sobre su pecho.
— Quizás.
Gruñe, su respiración acelerándose.
— Juegas con fuego.
Me pongo de puntillas, rozando sus labios.
— Entonces quémame.
Un rugido animal escapa de su garganta. Aplasta sus labios contra los míos, un beso brutal, posesivo. Sus manos se deslizan en mi cabello, tirando de mi cabeza hacia atrás para profundizar el beso.
Me pierdo en él, en el sabor de su boca, en el calor bruto de su cuerpo contra el mío.
Se aleja bruscamente, la respiración entrecortada.
— Alina...
Lo miro, el corazón latiendo con fuerza.
— No me dejes, Damon.
Me empuja contra el árbol, su frente contra la mía.
— Nunca te dejaré.
Sus labios rozan mi mandíbula, descendiendo a lo largo de mi garganta.
— Te marcaré.
Mi corazón se detiene un latido.
— ¿Cuándo?
Se detiene, su mirada oscureciéndose.
— Pronto.
Muerdo mi labio, incapaz de calmar el temblor en mis piernas.
— Entonces espera. Pero no me dejes sola.
Me levanta, sus brazos fuertes rodeándome.
— Te protegeré, Alina. Hasta mi último aliento.
Cierro los ojos, dejándome llevar contra él. Por primera vez en mucho tiempo, me siento segura.
Pero en el fondo de mí, sé que esta paz será de corta duración. Si Damon me ha salvado hasta aquí, quizás no pueda protegerme de lo que se avecina.
Y siento que lo peor aún está por venir.
DamonEstoy en mi oficina, sentado detrás del gran escritorio de caoba, con las manos juntas bajo mi mentón. El silencio de la habitación es casi ensordecedor, únicamente perturbado por el tictac regular del reloj colgado en la pared. Mi mirada está fija en el expediente abierto frente a mí: fotos, informes, nombres. Enemigos. Amenazas potenciales.Debería concentrarme. Hay asuntos que resolver, alianzas que proteger, territorios que defender. Pero mi mente está en otro lugar. Atrapada en el recuerdo del sabor de los labios de Alina, del escalofrío de su piel bajo mis manos, del calor de su aliento contra mi garganta.Gruño, cerrando el expediente con un gesto brusco. Una sombra pasa frente a la puerta. Un golpe discreto resuena.— Entra.La puerta se abre y aparece Caël, con su expresión severa. Se mantiene erguido, como siempre, su mirada metálica sondeando la habitación antes de posar sus ojos en mí.— Tenemos un problema, dice con un tono neutro.Me levanto lentamente.— ¿Cuál?—
AlinaEl silencio en la mansión es casi opresivo. Desde la partida de Damon, una tensión sorda se ha instalado en el aire, como si el edificio mismo contuviera la respiración esperando su regreso.Estoy sentada en el gran sofá de la sala, con las piernas dobladas bajo mí, una manta sobre mis rodillas. La luz tenue de las lámparas proyecta sombras en la habitación, pero no logro sentirme segura. No cuando Damon está allá afuera, enfrentándose a ese hombre — Dominic.El nombre de Dominic me quema en la garganta. Nunca he conocido a ese hombre, pero ya siento el peligro que representa. Damon no me ha contado todo. Está tratando de protegerme, pero sé que el mundo en el que se mueve es despiadado.Caël entra en la habitación, su paso silencioso sobre la alfombra. Sus ojos penetrantes me escrutan un instante antes de que se acerque a la chimenea. Se mantiene de pie, con las manos cruzadas detrás de la espalda.— Deberías ir a dormir, dice con voz tranquila.Sacudo la cabeza.— No puedo.—
DamonLa noche ha caído desde hace tiempo, sumergiendo el bosque circundante en una oscuridad pesada. El silencio solo es perturbado por el sonido sordo de mis pasos sobre el suelo cubierto de hojas muertas. La luna, pálida y helada, filtra a través del follaje, proyectando sombras en movimiento sobre el sendero.El sabor de la sangre aún está en mi lengua. La sangre de Dominic. Ese bastardo se atrevió a desafiarme, a amenazar a Alina. Debería haberle desgarrado la garganta, dejarlo desangrarse al pie de su trono ficticio. Pero aún no estoy listo para poner fin a este juego. No hasta que le haya quitado todo.Me detengo al borde de un claro, los músculos tensos, los sentidos alerta. El olor de la noche está saturado de una mezcla de madera húmeda y tierra. Pero bajo este aroma familiar, hay algo más. Una presencia.— Llegas tarde, Damon.La voz de Caël se eleva detrás de mí.No me doy la vuelta.— No tengo cuentas que rendirte.Él sale de las sombras, su rostro impasible iluminado por
Alina La tensión en el aire es palpable. Siento los latidos sordos de mi corazón resonar en mi pecho mientras sigo a Damon a través del laberinto oscuro del bosque. La luna ilumina débilmente el sendero, proyectando sombras movientes que parecen danzar a nuestro alrededor. Cada ruido, cada susurro de hoja parece amplificar la angustia que roe mis entrañas. Damon camina delante de mí, su espalda ancha y tensa bajo la camisa oscura que lleva puesta. Sus hombros son rígidos, su postura felina, lista para saltar. Está concentrado, su mirada fija al frente. El olor del bosque se mezcla con el de la sangre, metálico. Sé que ya ha comenzado a preparar el terreno. — ¿Estás seguro de tu plan? murmuro. No disminuye la marcha, pero veo que sus dedos se tensan ligeramente. — Dominic picará el anzuelo. No podrá resistir. — ¿Y si sale mal? Se detiene en seco, girándose hacia mí. Su mirada dorada brilla en la oscuridad, feroz e intensa. — Entonces lo mataré. Trago saliva con dificu
DamonEl sabor de la sangre resbala sobre mi lengua, metálico y caliente. Estoy en el centro del círculo, los cuerpos mutilados de los lobos enemigos esparcidos por el suelo a mi alrededor. El olor de la carne y de la sangre recién derramada flota en el aire, un perfume macabro que despierta mis instintos más oscuros. Mi respiración es pesada, mis músculos tensos por el esfuerzo.Alina está a mi lado, su aliento es corto. Su silueta felina está tensa, sus garras aún manchadas de sangre. Su respiración es entrecortada, su mirada ardiente. Es magnífica en este estado de rabia animal. La luna ilumina su rostro, proyectando un resplandor plateado sobre su piel pálida y sus ojos llameantes.Extiendo la mano hacia ella. Ella se estremece al contacto de mis dedos en su mejilla.— ¿Estás bien?Ella asiente, pero su mirada se desliza hacia el cuerpo de un lobo en el suelo. Su garganta está abierta, sus ojos vidriosos mirando al cielo.— No debí haberte seguido, murmura.— Si no hubieras venido
DamonEl círculo de piedra es frío bajo mis pies descalzos. El aire nocturno es denso, cargado con la tensión eléctrica del combate que se avecina. El silencio reina, solo interrumpido por el murmullo del viento y el latido sordo de mi corazón en mi pecho. Mi padre se encuentra frente a mí, con el torso desnudo, su cuerpo esculpido por años de combate y dominación. Sus ojos dorados brillan en la oscuridad, atravesando mi alma como dos cuchillas afiladas.Alrededor de nosotros, la manada está reunida, formando un círculo perfecto. Rostros familiares y hostiles nos observan en silencio. Alina está allí, justo detrás de la multitud, su mirada ardiente de preocupación. Sus dedos están crispados en el borde de su abrigo.Siento su angustia, su corazón latiendo desbocado. Pero no puedo mirarla ahora. Debo concentrarme.— ¿Listo? —murmura mi padre, una sonrisa cruel estirando sus labios.Aprieto los puños, mis músculos tensos al máximo.— Siempre.Mi padre hace crujir sus nudillos.— Entonce
Capítulo 1 – La PresaAlinaEl bosque parece querer tragarme por completo. Cada paso es una agonía; mis pies desnudos se cortan en las piedras, mis piernas golpeadas ceden bajo la fatiga. El aire helado se infiltra bajo mi vestido desgarrado, mordiendo mi piel en llamas. No soy más que un animal acorralado, jadeante, desesperado.Corro hacia una frontera invisible, una última esperanza ilusoria. El viento azota mis mejillas empapadas de lágrimas y sudor. Cada respiración es un gemido. Mis fuerzas me abandonan, una a una.Detrás de mí, se acercan. Sombras. Lobos. Mi propia manada, convertida en manada de caza.A sus ojos, no soy más que una ofrenda sacrificial. Un trozo de carne débil, abandonado a la crueldad de aquel a quien todos temen.Damon.Su nombre resuena en mi cabeza como un látigo.Un alfa implacable, más bestia que lobo, que ha forjado un imperio en el miedo y la sangre. Se dice que se alimenta de la debilidad, que la devora y escupe lo que no es digno de él. Y ahora, soy y
AlinaEl barro se adhiere a mi piel, helado, mientras Damon me observa, de pie, impasible, como si decidiera si me va a matar o a mantener.Cada latido de mi corazón es una súplica silenciosa. Mi respiración es entrecortada, mis miembros tiemblan, todo en mí grita debilidad.Y él, se regodea en eso.— Levántate, ordena de nuevo, su voz áspera desgarrando la noche como un látigo.Intento ponerme de pie. Mis brazos flaquean. Mis rodillas se hunden en la tierra empapada. Soy ridícula. Miserable. Y sé que es lo que quiere. Que quiere verme luchar en vano contra mi propia impotencia.Un gruñido frustrado ruge en su pecho. En dos zancadas, está sobre mí, asiéndome sin piedad del cabello, arrancándome un grito ahogado.Tira, forzando mi rostro hacia el suyo, tan cerca que puedo ver la chispa de desprecio danzar en sus ojos de fiera.— Ni siquiera tienes la dignidad de mantenerte erguida, susurra en mi oído. No eres nada. Menos que una loba. Menos que una perra.Sus palabras me desgarran por