José Manuel alzó la vista hacia las ventanas del noveno piso. Su mirada se clavó en el vidrio como si pudiera atravesarlo, como si pudiera obligarla a regresar solo con la fuerza de su voluntad. Pero sabía que aquella mujer no regresaría... al menos, no por voluntad propia.
—Mándale a investigar el auto. Las cámaras del sector. Todo. No quiero un solo movimiento sin registrar. Si compró café, si tomó un taxi, si habló con alguien, lo quiero saber. Y quiero una orden de vigilancia sobre este edificio. Volverá.
—¿Cree que tiene miedo?
José Manuel negó con la cabeza, sin apartar la mirada de las alturas.
—No. Esa mujer no tiene miedo. Tiene secretos. Y los protege como si fueran oro. Si se escapó tan rápido... es porque sabe exactamente por qué la buscamos. Porque estuvo allí. Porque sabe la verdad.
—¿Y si no quiere hablar?
José Manuel giró lentamente la cabeza hacia él, su mirada encendida de determinación.
—Entonces haremos que no le quede otra opción. Hay algo más fuerte que el miedo.