La luz suave del amanecer se colaba por las rendijas de la cortina, pintando la habitación con tonos dorados y cálidos. Un rayo fino de sol rozaba el borde de la sábana que cubría apenas parte del cuerpo de Eliana, y ella, sin abrir los ojos del todo, sintió primero el calor… y luego el peso familiar de un brazo sobre su cintura.
Por un momento se quedó así, inmóvil, dejándose envolver por esa sensación que tanto había extrañado. El calor del cuerpo de José Manuel junto al suyo. Su respiración pausada en su nuca, el ritmo tranquilo de su pecho subiendo y bajando detrás de ella. La cercanía era tan íntima, tan perfecta, que el tiempo parecía suspendido.
Y entonces abrió los ojos.
Y lo recordó todo.
La noche.
Los besos.
Las caricias.
Las palabras susurradas entre temblores y latidos.
La entrega.
Todo seguía allí, palpitando en su piel y en su pecho.
No había culpa.
No había arrepentimiento.
Solo una calma dulce y honda que la abrazaba desde adentro.
Se giró con cuidado y lo miró.
José M