La tarde avanzaba despacio, como si el tiempo quisiera regalarles un respiro, una tregua entre tanta incertidumbre. Eliana, María José y Gabriel caminaban juntos por la acera iluminada por un sol suave, casi tímido. A lo lejos, la heladería de esquina parecía esperarlos como una promesa simple y acogedora, con su toldo azul y blanco y la campanita oxidada que tintineaba cada vez que alguien entraba.
—Tengo antojo de algo dulce —dijo Eliana con una sonrisa relajada.
—¿Más dulce que tú? —bromeó María José, ganándose una risa escandalosa de Gabriel.
—¡Tía Eliana es un bombón! —gritó el niño entre risas.
Eliana le guiñó un ojo.
—¡Y tú eres un terremoto de chocolate!
La heladería estaba casi vacía, salvo por una pareja de ancianos compartiendo un cono y una madre con su hija pequeña. Gabriel corrió hacia el mostrador como si tuviera una misión importante.
—¡Chocolate! ¡Gomitas! ¡Y lluvia de estrellas!
—¿Y tú qué vas a pedir? —preguntó María José a Eliana mientras ella observaba los sabores