El teléfono seguía en la mano de Isaac, decidió marcar con una urgencia que no se comparaba con la que le comprimía el pecho. Caminó de un lado a otro por el pasillo del hospital, como una fiera acorralada. Las luces blancas, el murmullo constante de pasos, y la voz lejana de médicos llamando a emergencias eran un recordatorio cruel de que María José seguía en quirófano. Y que cada minuto era una batalla.
Eliana contestó al tercer tono. Su voz era suave, ronca, apenas despierta.
—¿Isaac?
Él respiró hondo, como si esa palabra fuera lo único que necesitaba oír para no derrumbarse.
—Sigue en cirugía —dijo sin rodeos, con un nudo en la garganta—. No… no han salido. Lleva horas allí. Perdió mucha sangre.
Eliana guardó silencio. No hacía falta que preguntara más.
—¿Y… hay donantes?
Isaac cerró los ojos. Le costaba hablar.
—Es Rh0 negativo. Y ya sabes lo raro que es eso. Las reservas se están agotando… Me dijeron que busque. Que intente encontrar a alguien compatible.
Y entonces, en ese mome