Eliana acariciaba distraídamente el borde de su taza de té, perdida en las palabras de Samuel. El niño la miraba con esos grandes ojos marrones llenos de nostalgia y cariño, como si en su pequeño mundo no hubiera espacio más seguro que su compañía.
—¿Te acuerdas de todo? —preguntó ella, sonriendo dulcemente.
Samuel asintió muy serio, como si de repente fuera un adulto atrapado en un cuerpo chiquito.
—Claro que sí, Eli. Recuerdo que me hacías sopitas calientitas y me dabas medicina. Aunque a veces no me gustaban, me las tomaba porque tú me decías que me iba a poner fuerte como un superhéroe —dijo inflando el pecho con orgullo.
Eliana rió entre dientes, imaginándose a sí misma convenciendo a un pequeño Samuel de tomarse una cucharada amarga a cambio de ser invencible.
—¿De verdad te acuerdas de todo eso? —insistió, enternecida.
—¡Sí! Y también de cuando nos conocimos, de muchas cosas.
Eliana dejó escapar una risa suave.
—Ahora que lo dices… —musitó—, creo que sí recuerdo tu papá llegó a