La noche estaba envuelta en ese silencio peculiar que solo se siente cuando dos verdades están a punto de chocar. Eliana mantenía la mirada fija en las estrellas, como si buscara allí respuestas que su corazón no se atrevía a formular. María José, a su lado, jugaba nerviosamente con los dedos, tratando de encontrar el coraje para decir lo que le temblaba en los labios desde hacía meses.
—Eli… —dijo en voz baja, sin mirarla—. No solo sentí que podrías ser como una hermana. Yo… yo llegué a pensar que eras mi hermana perdida.
Eliana giró el rostro lentamente, sus ojos clavándose en ella con una mezcla de desconcierto, tensión y algo más difícil de nombrar.
—¿Qué dijiste? —preguntó en un susurro, como si necesitara oírlo dos veces para creerlo.
María José asintió, con el rostro tenso, vulnerable, expuesto por completo.
—Sí… Mi hermana, había algo en ti que me hacía pensar que eras ella. No tenía pruebas, solo sensaciones… y el corazón agitándose cada vez que te veía.
Eliana se quedó inmóv