Las rodillas de Amanda Rivas temblaban tanto que, por un segundo real, pensó que el cuerpo iba a traicionarla ahí mismo, frente a todos.
No era el tipo de temblor dramático que se ve bonito en una película, no. Era ese temblor cruel, silencioso, que te sube desde los tobillos y te hace sentir que la gravedad está de malas contigo.
“Respira. No te caigas. No te caigas.”
Se enderezó un poco más, como si estuviera en un concurso de belleza y alguien le estuviera midiendo la corona desde el palco.
Hombros atrás. Pecho arriba. Mentón firme. La postura de una mujer que sabe lo que hace, aunque por dentro tenga el corazón golpeándole como si quisiera escapar.
Si alguien notaba que estaba hecha un manojo de nervios, no la iban a tomar en serio.
Y esta noche no se trataba solo de ser tomada en serio.
Muy en serio.
Se trataba de existir.