Quedémonos.
Fue casi desconcertante la rapidez con la que trabajaron las chicas.
Amanda Rivas lo pensó mientras permanecía sentada, con la espalda recta y las manos apoyadas en los muslos, intentando no moverse ni un centímetro.
No se habían detenido ni un segundo desde que comenzaron. Pinceles, brochas, horquillas, spray, calor del secador… todo se había sucedido con la precisión de un reloj que no admite errores.
Hora y media exacta entre maquillaje y peinado, y aun así, la sensación era la de haber estado ahí toda una tarde suspendida en el aire.
Quería verse en el espejo.
Lo necesitaba.
Pero Marielle la tenía de espaldas, firme, concentrada, aplicando el último toque de fijador en su cabello como si estuviera sellando un pacto invisible.
—No te muevas. Si esto se cae, empezamos de nuevo.
Amanda contuvo l