Unos días después de solucionar la sequía, desperté con un dolor ligero en el estómago y ganas de comer manzanas rojas — muchas. Rosa estaba en la cocina preparando desayuno, y cuando me vio, se paró de golpe.
“Selena… ¿te pasa algo?” preguntó, con una sonrisa extraña en el rostro.
“No sé”, dije. “Solo tengo ganas de manzanas y me duele un poco el estómago.”
Elena entró y miró a Rosa, luego a mí. “Espera…”, dijo, con ojos brillantes. “¿No crees que…?”
Rosa asintió y me cogió la mano. “Vamos al patio”, dijo. “Tengo que hacer algo.”
Ella me llevó a la rosa blanca en el centro del patio y me pidió que me agachara. “Toca la rosa”, dijo. “Tu abuela me enseñó esto — si la rosa da una flor nueva en el día que estás esperando, es una señal.”
Yo toqué la rosa, y en ese momento, vi un pequeño brote de flor blanca que estaba a punto de abrirse. Me quedé muda — entendí lo que querían decir.
Recuerdo nuevo — Pensé en cuando mi abuela me hablaba de los hijos. “Un día, tendrás tus propios lobitos”,