Vacía, rota

Ameline no levantó la cabeza cuando Seth se puso de pie, mantuvo el rostro hundido en la almohada mientras estaba dolorosamente atenta a todos sus movimientos.

Contuvo la respiración, tensa, como si al no moverse pudiera volverse invisible.

El silencio se hizo espeso entre ellos.

Durante un instante, pensó que él iba a decir algo más. Una última palabra. Un reproche. Una súplica. Pero no. Solo el sonido de la tela de su ropa cuando se la acomodó, el zumbido de la cremallera de su pantalón, el silencio que solo pesó más cuando él se detuvo frente a la puerta. Dudó. Ella pudo notarlo. Sintió esa pausa como una punzada.

El continuó ahí quieto por unos segundos. El picaporte giró. La puerta se abrió, pero él no salió de inmediato. Otro silencio. Luego, por fin, los pasos se alejaron por el pasillo. Y entonces, cuando ya no había duda de que se había ido, ella tembló.

Solo entonces ella se permitió soltar el aire contenido.

El cuarto quedó en un silencio punzante.

Apretó los puños con fue
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