Ameline mantuvo la mirada fija en su plato, cortando el salmón con movimientos lentos, evitando a toda costa mirarlo. Pero podía sentir sus ojos sobre ella, intensos, constantes, como si estuviera estudiando cada uno de sus gestos.
El silencio entre ellos era denso, roto solo por el leve tintineo de los cubiertos contra los platos. Ameline intentó decir algo, cualquier cosa para romper la incomodidad, pero las palabras se le atoraron en la garganta.
“¿Por qué quiero hablar? Acepté esta tontería porque él me dijo que no hablaría, pero… Agh, esto es demasiado incómodo”.
Suspiró y decidió decir algo, cualquier cosa.
—El… risotto está bueno —murmuró ella finalmente, su voz apenas audible.
—Sí… —respondió Seth, un monosílabo que no invitaba a más conversación. Él también parecía estar buscando algo que decir, pero parecía querer respetar lo de no hablar, así que se calló.
Volvieron al silencio incómodo, y Ameline volvió a sentirse demasiado incómoda.
Ameline pinchó un espárrago, l