Ameline llegó a la celda de Bianca, su mandíbula tensa, no solo por la perspectiva de verla, sino porque tenía a Seth a su lado y a Marco y Tucker detrás de ella.
“Todos los que me rodean me ponen nerviosa y me complican la vida, a todos los odio en cierta medida, y con varios tengo sentimientos encontrados” pensó Ameline con cansancio.
Era apenas el segundo día de viaje y ya se sentía mentalmente agotada, harta y lista para darse por vencida, pero no podía, tristemente, debía al menos intentarlo, porque solo así podría ganarse su libertad y la de Nataniel de una vez y para siempre.
La puerta de la celda se abrió con un chirrido metálico, y Ameline entró con pasos firmes, aunque su corazón latía desbocado en su pecho. La habitación era fría, de paredes grises y desnudas, con una sola bombilla colgando del techo que proyectaba sombras duras sobre el suelo de cemento.
Apretó los labios con fuerza al ver la figura encorvada de Bianca acurrucada en una cama como de hospital o quizás