Ameline seguía atrapada en su habitación, dando vueltas como leona enjaulada, el suelo de madera crujiendo bajo sus rápidos pasos inquietos.
Las cortinas estaban entreabiertas, dejando entrar la luz dorada del atardecer que teñía las paredes de un naranja apagado. Su mente era un caos, saltando entre planes y dudas, intentando descifrar cómo avanzar ahora, cómo podría intentar eso del robo a Seth o si debía arriesgarse siquiera con el test de paternidad, si era una buena idea o no.
Se pasó las manos por el cabello, frustrada, deteniéndose frente al espejo para mirarse a los ojos, buscando una respuesta que no llegaba. El silencio de la mansión la envolvía, roto solo por el leve canto de los pájaros afuera de su cuarto, sin duda ya en sus nidos, todo era calmado, una noche típica... pero algo no cuadraba.
Finalmente, se dejó caer en la cama, el colchón hundiéndose bajo su peso, y murmuró para sí misma:
—Es raro… Seth no ha venido a buscarme en todo el día. —Frunció el ceño, recorda