Era un día nublado, el cielo gris cubriendo la ciudad como una sábana sucia. Bianca estaba encerrada en su departamento aun más deprimente que el clima, un lugar pequeño y discreto que Claus había conseguido para mantenerla oculta de los Rinaldi, que era bastante lujoso para algunos, pero para Bianca era un basurero.
Bianca caminaba de un lado a otro, el celular apretado en la mano, maldiciendo entre dientes.
—Froggs, maldito inútil —siseó, mirando a su celular—. En vez de ayudarme, se esconde como rata.
Había intentado contactarlo toda la mañana, pero él no respondía, seguramente seguía ocupado escondiéndose en vez de planear como sacarla de la ciudad.
De repente, el sonido de la puerta la hizo girar, una sonrisa calculada formándose en su rostro. Corrió a abrir, esperando que Claus hubiera vuelto para decirle que la llevaría a su casa al fin. Debía estar a punto de quebrarse, de ser suyo otra vez.
“Siempre vuelve. Siempre lo hace” pensó, enderezando los hombros, lista para jug