Infierno

Ameline se quedó en el suelo, sollozando con los dedos arañando el cemento, y maldiciendo a Seth y al momento en el que lo conoció.

Por unos minutos no pudo hacer otra cosa que llorar, jadeando entre hipos de rabia, hasta que la frustración se transformó en pura y ferviente ira.

Se puso de pie de golpe y empezó a dar vueltas dentro de su celda como un animal atrapado, como si necesitara desgastar sus pasos para poder pensar. Golpeaba con los puños la pared, los barrotes, pateaba las cajas vacías. Lloraba mientras lo hacía, con la garganta ardiéndole por los gritos que ya no salían, con la cabeza nublada de preguntas.

—¿Por qué? —gruñó, deteniéndose en seco, temblando—. ¿Por qué todo me pasa a mí? ¿¡Por qué también a Kato!? ¡Él solo es un pobre buen hombre que le daba comida a una estúpida niña sin hogar!

Golpeó una caja con furia, y al dar otra patada sin pensar, su pie chocó con una piedra incrustada en el suelo. Sintió un tajo profundo y agudo en la planta del pie, pero apenas se
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