Seth esperó dando vueltas en su oficina a que la doctora regresara de interrogar a Ameline y le diera su informe.
“Maldita mujer terca, ¿cómo se atreve a hacerme a un lado de esa forma? Si hubiera sido otra persona, ya estaría encerrada en agua helada para aprender a dirigirse al líder más importante del clan Rinaldi”, pensó con rencor, dejándose caer en su sillón.
Cuando su ira comenzó a enfriarse, sin embargo, se sintió mal por pensar en Ameline sufriendo un castigo tan cruel, porque era solo una pobre chica que no sabía que estaba jugando con fuego, y ahora era la madre de su hijo, su futura esposa.
“Tengo que lograr que se case conmigo”, pensó, pero era muy consciente de que eso ahora mismo era… casi imposible…
Suspiró.
“No debí ser tan duro con ella… maldita sea”.
—¿La perra todavía no habla? —preguntó Marco llegando a su oficina pisando fuerte y sin tocar, seguido de Tucker.
—Te he dicho que no la insultes —dijo Seth con fastidio—. Ya bastantes problemas me diste dándole