—¡Ameline Brooks, abre esa puerta! —Seth golpeó a su puerta con fuerza.
Ameline rodó los ojos. ¿Creía que iba a darle ordenes solo porque ahora sabía su nombre completo? Eso nunca.
—Estoy golpeando por mera formalidad, Ameline, si no me abres usaré mi llave —gruñó Seth, y Ameline simplemente jaló una silla y trabó la perilla—. ¡¿Trabaste la puerta?! —Él comenzó a golpear más fuerte—. ¡Abre o traeré a Marco para que la derribe!
—¡Pues hazlo! ¡Que de paso me golpee otra vez ¿no?! —gritó enfadada, acurrucándose en uno de los sillones de la gran habitación.
Al escucharla decir eso, Seth dejó de golpear la puerta y todo se quedó en silencio.
“¿No le habrá gustado que dije eso delante de esa doctora? ¿Será como la enfermera que tiene algo de conciencia?”, se preguntó Ameline, pero sin tener esperanzas de que pudieran denunciar este secuestro a la policía y salvarla.
Ella no era nadie, y la policía probablemente con unos cuantos billetes se quitaría del camino de cualquier familia rica.