Seth despertó con una mueca amarga, la luz pálida de la mañana filtrándose a través de las cortinas de su habitación en la mansión. El recuerdo de la noche anterior aún como un eco persistente: el lazo de Ameline, el aroma que lo había llevado a perderse en una fantasía que aún lo hacía sentir enfadado consigo mismo.
No estaba avergonzado, no exactamente, pero sí había una punzada de algo que lo incomodaba, el sentirse como un maldito adolescente patético.
¿Cómo podía seguir tan atrapado por ella, incluso a cientos de kilómetros de distancia, y caer tan bajo solo por desesperación? Gruñó, pasándose una mano por el rostro, el sudor frío de la madrugada aún pegado a su piel.
Se levantó de la cama, la sábana cayendo al suelo con un susurro, y se dirigió al baño, salpicándose agua fría en la cara para despejarse. Miró su reflejo en el espejo, sus ojos dorados cargados de una intensidad que no podía apagar.
"Suficiente", pensó, apretando la mandíbula. No podía permitirse seguir así, obs