Seth despertó de golpe en la penumbra de su habitación en la mansión, el corazón latiéndole con fuerza, el sudor pegándole la camisa al cuerpo… y una muy incómoda carpa en los pantalones…
—Maldición… ¿Hasta en mis sueños me persigues, preciosa? —gruñó, sintiendo todo el cuerpo ardiendo por Ameline.
Su respiración era agitada, entrecortada, mientras las imágenes de un sueño vívido se aferraban a su mente como un eco imposible de ignorar.
Había visto a Ameline, su piel brillando bajo el agua de una ducha, sus manos recorriendo su cuerpo con una sensualidad que lo había dejado sin aliento, sus ojos fijos en él, como si lo estuviera llamando.
La poderosa erección que lo acompañaba era un recordatorio físico de cuánto lo afectaba, incluso en sueños. Gruñó, pasándose una mano por el rostro, intentando sacudirse la intensidad de la visión.
—Demonios, parezco un adolescente —masculló, su voz ronca en el silencio de la madrugada, mientras se levantaba de la cama, el aire fresco de la habi