Capítulo XXIII

Siento la humedad del agua en mis extremidades, pero a su vez siento la calidez que te sofoca cuando ya estás sin el líquido sobre ti. No solo me abarca esa sensación, también un fiero escozor que se instala en cada centímetro de mi piel. Resuello y me muevo. Nada, todo sigue sumido en la oscuridad. Agito la cabeza de un lado a otro e intento separar los párpados. Nada, parecen pegados con algún pegamento potente. Como puedo, nivelo mi frecuencia cardíaca y me enfoco en mi entorno. Nada, solo la calma. M****a, ¿dónde estoy?

Una fría capa de sudor me cubre para luego darle la bienvenida al calor de la fiebre. Ahora no me arde, me duele como si me apuñalaran y quebraran mis huesos con un mazo. Mis músculos están agarrotados, lo sé porque a duras penas puedo darles órdenes para que se muevan. Un resplandor se refleja a través de mis ojos cerrados e ilumina mis pupilas cansadas; parece un fuego en la lejanía, uno que se acrecienta y consume todo a su paso. Mi garganta se aprieta

Annie Löwe

¡Buenas, buenas! Los invito a que lean cierta novela que subí hace unas semanas. Se llama Apátrida. También hay otra de vampiros titulada Sangre gris. Ambas las escribí hace mucho. ¡Espero que les den una oportunidad!

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