Capítulo XXIV

—Está muy maltrecha, a duras penas vive.

—Sobrevivirá.

Reconozco esa voz suave que oculta un poderío inmenso. Es como si fuera un violín, el cual te arrancará con sus notas la poca dignidad que tengas.

Dejo que mi rostro se gire y miro con dificultad hacia ellos; esa gabardina negra la conozco muy bien, pero no sé con exactitud cómo.

—Tienes que cuidarla. —Ella bufa—. Sigue el camino que te marqué en el mapa.

—¿Qué? Es alejarnos mucho. Mi caravana no soportará…

—Es para cuidarte y… —me señala— para cuidarla a ella.

—No pongas muertos sobre mis hombros que no me competen, Cassius.

¿Cassius? Me tenso.

—Es una orden, Brunilda.

—Maldito seas. —Se aparta con brusquedad y acomoda en su maleta los objetos que utilizó conmigo—. Alejarnos de los límites es llevarnos a la desgracia, maldito chupasangre. Ya tu hermano no custodia más allá del bosque muerto, y lo sabes. No sabemos qué nos deparará el futuro.

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