Me desmorono cuando llegamos a salvo a la cabaña.
El diluvio no tarda en caer cuando deposito la mochila en mi cama.
Me vuelvo para dejar el rifle en el armario y acomodo mi ropa por instinto. No quiero allanar de más el espacio de Oliver. Entretanto, él enciende el fuego y le echa leña.
—¿Cómo se llama tu madre? —le cuestiono cuando se acuesta en su cama con la cabeza sobre sus manos.
—Ava.
—Bonito nombre.
Me acerco, me descalzo las botas y me acomodo a su lado. Impresionado, deja que envuelva mi brazo en su cintura y acomode mi rostro en su pecho. Oigo los latidos pasivos de su corazón.
—¿Eli…?
—Déjame dormir contigo, por favor.
—Ya no estamos en peligro.
Me aprieto contra su cuerpo y esta vez hundo mi cara en su cuello.
—El peligro está incluso en el lugar más protegido.
Suspira y pasa sus dedos por mi cabello.
—¿Así eras con los Connecticut?
—Sí, por eso cada noche me