Capítulo 84. No es una condena
—Lyssara, creo que hay algo mal… —La voz de Lyla resuena en su mente, agitada—. Hemos dado vueltas y vueltas y no podemos salir del coven.
Corren a toda velocidad, las patas de la loba plateada golpean la tierra húmeda con fuerza. De pronto, ella se detiene en seco y alza el hocico, desconfiada. Aria también se queda quieta, con el pecho agitado. Mira alrededor con atención. Los mismos árboles, el mismo sendero, incluso el mismo grillo sonando a su izquierda. Es como un ciclo repetido, una trampa invisible.
Han estado corriendo durante horas, pero no avanzan. El tiempo se les escapa. El cielo ya está oscuro y, con ello, el apremio crece en el corazón de Aria. La noche ya cayó y no pueden permitirse quedar encerradas.
—Sepáremonos —ordena con firmeza.
En segundos, ella y Lyla se dispersan en direcciones opuestas. El vínculo entre ambas se mantiene, latiendo como un hilo invisible que las une.
—Hay un hechizo. Uno muy poderoso —advierte Lyla, su voz cargada de frustración—. Eso nos está