Punto de vista: Jocelyn
No puedo creer lo que acabo de escuchar. Las palabras de Rocío siguen repitiéndose en mi cabeza, una y otra vez, como un eco desgarrador. Me cuesta respirar. Siento que me arrancaron algo del pecho, algo que no sé si podré recuperar.
La casa se siente más fría que nunca. Desde hace semanas hay una sombra instalada entre estas paredes, pero nunca imaginé que fuera tan oscura. Las marcas en sus muñecas, el silencio prolongado, sus ojos apagados... ¿Cómo no lo vi antes? ¿Cómo no supe protegerla?
—¿Por qué, Diosa? —susurro en voz baja, sintiendo que la garganta me arde por contener el llanto—. ¿Por qué mi hija?
Tomo se sienta frente a mí, inmóvil, con la mirada clavada en el suelo. Está roto. Ambos lo estamos. Pero mientras él se encierra en su silencio, yo siento que me ahogo en esta culpa. No puedo quedarme quieta.
—Tienes que ir a buscarla —le digo, buscando algo de acción, una salida a este infierno.
Levanta los ojos, tan perdidos como los míos.
—No sé si nos de