—Y está que muerde.
—Eso ya nos quedó claro, Eiden. —Cruce mis piernas un tanto molesta por ver tal escena, era desagradable tener que apreciar como era capaz de tratar mal a la niña.
Peor aún, como no tenía vergüenza alguna al hacerlo en público.
Yo fuera ella y se me caería la cara de vergüenza en el momento que le tire a la niña la bandeja con comida y que por culpa de su brusquedad gran parte del contenido cayó en el suelo y hermoso vestido de la niña, la cual estaba a punto de llorar.
A punto no, ya lloraba a lágrimas sueltas.
—¡Ivette! —Llame de inmediato a la niña, la cual apenas escucho mi voz me comenzó a buscar de inmediato con emoción.
Y al verme no dudo en salir corriendo de esa harpía hasta llegar a nuestra mesa, tomando asiento en el único puesto libre que quedaba.
Apenas contaba con la tranquilidad de nuestra presencia comenzó a limpiar sus ojitos a duras penas con su mano, siendo esa acción lo que me permitió ver cómo su muñeca portaba un color rojo intenso, un