El amanecer encontró a Ulva despierta antes que el sol saliera. Se había vestido con ropa de entrenamiento, práctica y ceñida, lista para comenzar lo que vendría. El aroma a madera húmeda y tierra se filtraba por la cabaña central del campamento, donde las primeras reuniones ya habían comenzado. Karsen estaba allí, extendiendo un viejo mapa sobre una mesa de piedra. Sus dedos marcaban rutas, puntos débiles, ubicaciones donde aún podrían encontrar antiguos aliados.
—Si logramos tomar el paso de Lyr, cortamos el acceso al este. Selene perdería a uno de sus corredores principales —decía, concentrado, sin darse cuenta del silencio con el que Ulva se había acercado.
—Y podríamos instalar un santuario allí mismo —añadió ella, arrodillándose junto a él. Sus hombros se rozaron al mirar el mapa. Karsen giró el rostro, apenas un segundo, para verla más de cerca.
—Siempre tan rápida para pensar en futuro —le sonrió, y Ulva le devolvió la sonrisa, sin tensión, sólo complicidad. Ambos se inclinaron