El murmullo del agua descendía por las paredes de piedra como un susurro antiguo, recordándole a Ulva que ese lugar había sido testigo de más de una historia. La cueva de piedra, silenciosa y majestuosa, resguardaba su rincón más sagrado al fondo: una sala circular donde la luz lunar se colaba desde una grieta alta, cayendo sobre el centro como una bendición ancestral.
Ulva caminaba delante de Kaelion, guiada por el instinto, por una memoria que no quería despertar. Sus dedos rozaron la pared, la sintieron respirar como un ser vivo. Allí había amado, había entregado más que su cuerpo: su alma. Fenrir la había besado contra ese mismo muro. Y ahora, la vida la traía de regreso… de la mano de otro.
Se detuvo, la garganta le ardía como si algo la apretara desde dentro. Sus ojos se cerraron, y el recuerdo se volvió carne. Recordó las manos de Fenrir, su aliento feroz y tierno, el crujido de su voz llamándola “mi luna” mientras todo a su alrededor se convertía en fuego, pero esa llama… se h