Cuando su guardaespaldas le pidió un momento a solas después de pasar una increíble tarde con su mujer y su hijo, no se esperó en lo absoluto algo como eso.
— ¿Renunciar? — le preguntó, no estaba seguro de haber escuchado bien — ¿De qué diablos va esto? No entiendo Leonardo, explícate.
El muchacho, quien se había mantenido inescrutable desde que entró, lo miró directo a los ojos.
— Solo…, acepte mi renuncia, señor, por favor.
El italiano negó con la cabeza y se pellizcó el entrecejo antes de tomar el sobre, abrirlo y sacar una hoja blanca de su interior que esperaba al menos diese razones de una decisión tan absurda como esa. No encontró nada.
— Esto es ridículo, no puedo simplemente firmar tu renuncia, eres mi jefe de seguridad, el encargado de salvaguardar mi hogar, mi familia. ¿Por qué ibas a querer irte? ¿Es el sueldo?
El muchacho pasó saliva y negó.
— El sueldo es lo de menos, señor, además, cobro mucho más de lo que cualquiera en esta profesión pudiese aspirar.
— Con más razón p