La mañana avanza, pero pocas personas visitan la tienda. La mayoría de los que entran allí lo hacen para beber café gratis o disfrutar de los dulces y rosquillas que Katerina pone a disposición de sus clientes encima de los mostradores de la floristería.
Aburrida por la poca circulación y agotada por la preocupación de no vender nada, decide cerrar por unas horas para ir a la tienda y comprarle ropa a Gio. Se toca las mejillas y se muerde el labio inferior al sentir una emoción extraña en el pecho.
Sabe que no es correcto sentir la llegada del chico a su vida como si le hubieran hecho un regalo; asimismo, le asusta esa conmoción que experimenta al saber que encontrará a alguien en casa. Sin embargo, se siente lindo no estar sola y tener con quién conversar sin hipocresía ni restricciones.
Durante varios años, después de su jornada en la floristería y sus otras ocupaciones, llegar a su casa ha sido deprimente, y la soledad poco a poco ha ido absorbiendo su energía; por tal razón, aquel