Javier siguió a su madre al jardín, observándola mientras cortaba con delicadeza las coloridas flores. El aire estaba impregnado de su dulce fragancia.
—Madre, ¿estás ocupada? —preguntó con suavidad, acercándose a ella.
Su madre se giró, ofreciéndole una cálida sonrisa. —No, hijo. Ven, ayúdame a recoger estas rosas. Sabes, en estos días me he acordado de una canción que te cantaba cuando eras pequeño. Aquella que hablaba de un amor que no pudo ser...
Javier sintió una punzada en el pecho al escuchar sus palabras. Era la oportunidad que esperaba. —Ah, ¿sí? ¿Cuál era, madre? Recuerdo vagamente algunas melodías...
Su madre suspiró, con la mirada perdida entre los pétalos de una rosa carmesí. —Ay, hijo... ya eso es hace mucho, mucho tiempo. Un recuerdo lejano, lleno de... nostalgia. Un amor joven, truncado por las circunstancias... por la incomprensión de otros.
Su madre tomó una profunda bocanada de aire, como si el aroma de las rosas la devolviera al presente. Sus ojos brillaron con una