Samantha
Las manos me tiemblan más con cada fotografía que saco del sobre. Una tras otra. Todas como cuchilladas al pecho. En ellas estoy yo. Y junto a mí, Arturo.
—¡No! Esto es un maldito montaje ¡Tiene que serlo! —susurro, más para mí que para él, negando con la cabeza.
La primera foto es en el lago. Lo reconozco al instante. Ese día ¡ese maldito día en el que Arturo casi abusa de mí! Cuando le pegué una patada entre las piernas para que me soltara.
Pero en la imagen todo parece diferente. La escena está capturada justo en el momento en que estamos en el suelo. Yo sin blusa, ya que me la había arrancado, mis senos al aire, él sobre mí, apretándome el pezón.
Y lo peor: mi rostro, desenfocado por el ángulo, parece relajado, como si lo estuviera disfrutando.
¡¿Por qué no tomaron la foto cuando grité?! ¡¿Por qué no captaron el momento en que lo empujé o cuando lo golpeé?!
La segunda foto es el día que le hicimos la broma a Cristal y encontré a Arturo afuera de la casa de Cristian. Lo sé