Samantha
Perder a alguien a quien amas es un golpe devastador, una herida que nunca termina de sanar. Cuando mi madre tuvo aquel accidente de coche, pasé semanas negándolo. Esperaba que entrara por la puerta, que me abrazara y trajera ese chocolate que tanto me gustaba. Solo tenía diez años, pero ese vacío quedó grabado en mí. Escucharlo ahora en la voz de Iván me hace revivirlo todo, como si una vieja herida se abriera de nuevo.
Nos quedamos abrazados por un buen rato, dejando que el dolor compartido nos una, que nuestras lágrimas se mezclen sin importar de quién son. Después, retomamos la caminata sin un rumbo definido, solo siguiendo el sonido del viento y nuestros pasos pesados sobre la hierba húmeda, hasta que el paisaje familiar del lago aparece frente a nosotros.
Aquel lago… testigo de tantas risas, de secretos adolescentes, de promesas que creímos eternas. Pero también de recuerdos con el innombrable, ese que preferiría borrar de mi biografía.
Mientras caminamos hacia la orill