Con lágrimas fingidas, Bruna me ayudó a levantarme y me dijo:
—Mabel, Sergio ya no volverá más. Tenemos que seguir adelante. Mi suegro entonces me entregó apresurado un documento, diciendo:
—Este es el testamento de Sergio. Tú eres su única heredera.
Me sequé las lágrimas y me enderecé. "Así que este desgraciado no solo fingió su muerte, ¿sino que además preparó un testamento? Algo huele mal aquí," tomé el documento sin decir palabra y lo hojeé rápidamente.
Pronto encontré esta cláusula: << Todas las deudas pendientes de Sergio Lugo deberán ser asumidas por la señora Mabel Moreno.>>
Solté una risa sarcástica, señalé esa línea y le exigí:
—¿Qué significa esto?
Mi suegro bufó con desprecio y murmuró de inmediato:
—Si vas a disfrutar de todo lo que Sergio dejó, entonces también debes asumir sus deudas, ¿no es así?
“¡Ah, así que este era su pequeño plan!
¿Ese canalla de Sergio había vaciado nuestra cuenta conjunta, y ahora yo debo pagar su deuda? Ya sospechaba yo que me ocultaba más cosas,” pensé.
Conteniendo mi rabia por un momento, saqué la tarjeta que había traído de casa y anuncié:
—Sergio es donante de órganos. Ya he notificado al centro de donación para que vengan a recogerlos.
Mis suegros y Lucina palidecieron del susto. Bruna se abalanzó sobre mí furiosa, intentando golpearme, pero la esquivé con facilidad.
Mi suegro me insultó de la peor manera, diciendo que era malvada por no dejar que su hijo descansara en paz.
Mientras tanto, Lucina balbuceó algo sobre que las células cancerosas de Sergio se habían extendido y que tal vez sus órganos ya no servirían para donar.
Suspiré “acongojada” y continué:
—Ya lo consulté con ellos, y me aseguraron que no hay ningún problema, que los órganos son utilizables. Deberíamos respetar el último deseo de Sergio. Como soy su única heredera, creo que tengo todo el derecho a tomar esta simple decisión.
Las caras de todos eran todo un poema.
Lucina parecía estar caminando sobre hielo fino, sin saber en ese instante qué hacer. De repente, se dio la vuelta para ofrecernos agua.
Me fijé en que había colocado dos vasos muy juntos, que les entregó a mis suegros.
El único vaso que había dejado apartado me lo ofreció a mí.
Tomé con cuidado el vaso y estaba a punto de beber cuando noté un polvillo sutil en el borde.
Justo entonces llegó el personal del centro de donación, así que dejamos los vasos en la mesita.
Al verlos, mis suegros armaron un escándalo, amenazando con quitarse la vida, mientras Lucina también intentaba detenerlos.
Como el difunto había firmado la tarjeta de donante, pero los familiares se oponían tan rotundamente, el centro de donación decidió mejor no forzar la situación.
Después de echar al personal, mi suegro me lanzó una mirada de odio y le dijo a Bruna:
—Vieja, llama en este momento a Óscar y apúrale, ¿por qué no ha llegado con el auto todavía? ¡Tenemos que llevar a nuestro hijo al pueblo!!
“¿Así que este es su plan para escapar?”, me di cuenta.
Con fingida sorpresa, pregunté:
—¿Van a enterrar a Sergio en el cementerio del pueblo? El viaje en auto dura unos 7 a 8 horas. Para eso necesitarían un ataúd refrigerado y un auto especial como los de la funeraria, con sistema de refrigeración, ¿no es así?
Mis suegros intercambiaron una mirada nerviosa, sin atreverse a contestar.
Continué con tono conciliador:
—También habrá que avisar a todos los familiares del pueblo, para que vengan a despedirse de Sergio y darle el último adiós. Si mal no recuerdo, allá es tradición velarlo por tres días y tres noches, ¿verdad?
"Con tanta gente mirando, quiero ver cómo van a mantener a Sergio sedado. ¡Si pudiera verlo ser enterrado vivo, sería todo un placer!", pensé.
Mateo empezó a sudar nervioso y tartamudeó:
—No somos tan tradicionales. No hace falta seguir todas esas costumbres, solo queremos que Sergio descanse en paz en su tierra natal.
Casi me eche a reír. Le rebatí al momento:
—Si no son tradicionales, ¿para qué molestarse con un entierro en tierra?
Lucina, agarrando la mano de Bruna, le hizo una seña con los ojos y dijo
—Señora, ahora está de moda de hacer funerales más sencillos. Quizás lo mejor sería cremarlo. Podemos llevar las cenizas al pueblo para enterrarlas, y yo puedo contactar con la funeraria ahora mismo.
Bruna, al escucharla, entendió que había otra rápida salida y se tranquilizó.
"¿Qué estará tramando esta amante?", pensé rápidamente, y aprovechando un descuido, cambié la posición de los vasos.
Luego, se los acerqué diciendo:
—¡Mateo, Bruna, beban un poco de agua primero!
Mis suegros, sin sospechar nada en lo absoluto, bebieron del vaso que Lucina había preparado especialmente para mí. No sabía qué habría echado Lucina en el agua, pero en poco tiempo mis suegros empezaron a marearse y a perder el conocimiento.