La mañana siguiente amaneció con un silencio opresivo. Julián salió temprano y yo apenas tuve fuerzas para despedirlo. No podía dejar de pensar en la carpeta escondida, en las fotos que Sebastián me había dado la noche anterior.
“Eres la llave.”
La frase me golpeaba una y otra vez.
Tomé el celular con manos temblorosas. Dudé unos segundos y marqué.
—Sabía que llamarías —respondió su voz grave, apenas sonar la primera campanada.
Una hora después nos encontramos en el mismo café apartado. Sebastián estaba ya sentado, un café negro en la mano, como si hubiera previsto todo.
—Ana, no puedes seguir así —dijo sin rodeos—. Tienes que decidir si te quedas siendo espectadora o si empiezas a mover las piezas.
Lo miré con un nudo en la garganta.
—¿Y qué propones?
Él sacó de su chaqueta una carpeta delgada, distinta a la anterior. La deslizó hacia mí.
—Aquí hay extractos de cuentas, transferencias y contratos que prueban la relación entre Julián y Clara. Pero no basta con tenerlos. Necesitamos at