La noche había caído sobre Lycandar, pero el fuego en el corazón de Ethan seguía ardiendo con la intensidad de un recuerdo que no sanaba.
Sentado junto a Ylva, con la luna filtrándose entre las columnas del balcón, continuó su historia.
—Me enfrenté al Consejo —dijo, la voz tensa, como si aún sintiera el peso de esas miradas—. Les recordé que mi tío había tomado una decisión. Que su voluntad era clara: yo debía ser el próximo Alfa si él caía.
Ylva lo miraba en silencio, atenta, sin juicio.
—Pero los que apoyaban a Makon… —Ethan apretó los dientes—. No estaban de acuerdo. Dijeron que la palabra de un lobo muerto no bastaba. Que la sangre debía hablar. Así que propusieron un combate. A muerte. El que quedara en pie… sería el nuevo Alfa de la manada.
Hizo una pausa. El silencio se volvió espeso.
—Y yo… —bajó la mirada—. Yo escapé, pensé que era la salida más rápida ante aquella pesadilla. Minutos antes de que comenzara la pelea, escuché a los seguidores de Makon que él no iba a jugar lim