Tari se levantó con gracia del banco en el jardín, dejando atrás el aire relajado que había mantenido hasta entonces. Sus ojos brillaban con intensidad, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar tuvieran un peso histórico que no podía ignorarse.
—Incluso los humanos tienen una profecía, ¿cierto, Ylva? —dijo, con un tono serio pero sereno—. Es más antigua de lo que muchos recuerdan y se remonta al principio de todo.
Caminó unos pasos, su mirada perdida entre las flores del jardín como si estuviera viendo escenas de un pasado distante.
—En el principio, todo estaba en perfecta armonía. El Dios de los humanos, junto con el dios que creó cada especie, convivían en paz, al final eran como hermanos. Cada ser en la tierra recibía dones, poderes concebidos con un propósito bueno, para traer equilibrio y prosperidad a los mundos. Pero... —se detuvo un momento como si meditara.
Tari giró lentamente hacia Ylva y Ethan, su expresión ahora más seria.
—Fue entonces cuando la oscuridad e