La lluvia caía en torrentes mientras Lula conducía hacia el aeropuerto. El rugido del motor de la Ferrari competía con el golpeteo constante del agua sobre el techo. Lula estaba en silencio, su mirada fija en el camino, pero su mano no soltaba la de Brad, como si necesitara ese anclaje para mantener los pies en la tierra tras todo lo ocurrido. Cuando llegaron al aeropuerto, giró hacia un acceso privado. Un guardia los saludó y levantó la barrera. Él lo observó, sorprendido, mientras ella estacionaba la Ferrari en un espacio techado. —¿Un sector privado? —preguntó Brad, arqueando una ceja. Ella le dedicó una sonrisa tranquila mientras apagaba el motor. —Es parte de las comodidades de mi familia. Ventajas de ser una Da Silva —respondió con un toque de ironía mientras salían del auto y corrían bajo la lluvia hacia el avión. Un jet privado los esperaba en la pista, iluminado como un faro en la tormenta. Una azafata los recibió en la puerta, sonriendo amablemente. —Bienvenida, señorita Mar