Lula apenas tenía tiempo de respirar antes de ver a Ronaldo, su padre, cruzar la puerta. Entró apoyado en un bastón, asistido por un ayudante, y algo en la imagen de ese hombre que siempre había sido fuerte y dominante le retorció el corazón. Aunque su expresión era más cansada, con arrugas marcadas en su frente y una mirada apagada, cuando la observó con detenimiento, sus ojos brillaron con una emoción que nunca antes había mostrado hacia ella. La recorrió con la mirada, desde el cabello hasta el vestido, y pareció enorgullecerse de cada detalle. —Estás muy hermosa, hija —le dijo en un susurro profundo y emocionado, con un tono que, por primera vez en mucho tiempo, no sonaba ni autoritario ni impositivo ni degradante—. Estoy muy orgulloso de ti...—finalizó con un tono que parecía sincero. Lula sintió un nudo en la garganta, deseaba decirle lo molesta que estaba, pero eso se quedó atascado en su pecho. Pues Ronaldo, como siempre, no le dio tiempo de decir nada. Se dio media vuelta y s