Lula respiraba con dificultad mientras corría por los pasillos hacia la salida. Aún sentía la tensión del vestido, aunque ya no lo llevaba, como si la seda y el encaje que había dejado atrás estuvieran marcados todavía en su piel. Sus manos temblaban y su corazón latía con fuerza, llenándola de una mezcla de emoción y miedo. Llevaba en las manos la tarjeta de crédito y las llaves del deportivo de Roberto. Sabía que estaba a solo unos metros de su libertad, pero el temor de ser descubierta o de que alguien apareciera para detenerla le hacía apurar el paso. Llegó al garaje y vio la Ferrari Testarossa que tanto le gustaba a su primo. Era su auto favorito, y ella sabía lo mucho que significaba para él. Nunca lo dejaba en manos de nadie, y había sido una sorpresa que se lo prestara. Bueno, todo lo había sido. Lula lo miró con admiración, recordando la única vez que él la había dejado conducirlo, solo porque era su cumpleaños, hacía un par de años en uno de los pocos intercambios amistosos