La casa estaba en silencio por fin. El lavavajillas sonaba a lo lejos con su ronroneo rítmico y los restos del día quedaban atrapados en platos enjabonados y copas vacías. Neil se desabotonaba la camisa mientras caminaba hacia el living, con el cuello aún tenso por las horas de diplomacia forzada y sonrisas impostadas. Paola estaba sentada en el sofá, con una copa de vino blanco entre las manos. Tenía el cabello suelto, impecable como siempre y una bata ligera que dejaba ver su piel aún tersa, marcada apenas por el paso de los años. Lo miró con la serenidad que solo los años sabían otorgar. —¿Otra cena familiar para el recuerdo? —dijo ella, con una sonrisa cansada. Neil soltó una risa breve y se dejó caer a su lado. —Creo que hemos criando una generación de bombas de tiempo emocionales —dijo pasando el brazo por sobre los hombros de su segunda esposa. —Y alguna ya está explotando —respondió ella—. Lo vi en los ojos de Norman. Y en el silencio de Nathan. Y en el nudo tenso de Olivia. N